Tumbas vacías

No estamos avanzando, solo avanza el tiempo mientras que nuestro ser se descompone.

Estamos muriendo. 

Mientras amamos,

mientras comemos,

mientras cogemos,

mientras bailamos. 


Nadie muere porque quiere, se muere porque al cuerpo le toca o porque lo pide.

La infinitud del cuerpo no existe. Solo tiene lugar en la cabeza, en la mente, en el pensamiento. Es la idea de eternidad en la que creo: lo eterno está en el nous.


Quizás,

habita allí en una casita

el ser que ya partió,

mi amigo traidor,

el amor infiel,

los pensamientos azarosos

y las dudas insoportables. 


Qué desgastante cavar tumbas y que sigan vacías... Seguramente no se deja morir en la eternidad a quién lo merece y lo revivo incontables veces para que me atormente a mí. Los verdaderos muertos vivientes y eternos en existencia, son los recuerdos. 


Ojalá nunca se vayan cuando se despoje el alma de este cuerpo adolorido. 


Recuerdos de la muerte o de la vida; del amor o el desamor; de la lealtad o deslealtad; de amistad o traición; de lo puro o lo pagano; de lo genuino o falso. Lo eterno no debería habitar entre la tensión de la lira con el arco, porque también el río puede secarse para poder entrar una segunda vez. 


Así debe sentirse morir: negarse a uno mismo para crecer; llenar las tumbas; elegir un solo contrario y no vivir entre esa robusta tensión. 


Pero vamos, esa es la tensión que permite que vivamos. Heráclito tampoco llenó sus tumbas.


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